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20 días por México: Guanajuato, una joya inesperada.

Por la mañana decidimos no jugárnosla más con el transporte urbano y el lío de autobuses, así que pedimos un Uber que nos llevó directos hasta la estación de autobuses para coger el que ya teníamos reservado con la compañía ETN y que nos llevaría hasta Guanajuato. Estos autobuses son fabulosos, sólo recordamos un trayecto igual de cómodo en bus en el norte de Vietnam, amplios, cómodos, limpios, con tele… las 4h de camino se nos hicieron cortas.


Una vez en Guanajuato tuvimos que pedir otro Uber ya que la estación de autobuses está bastante alejada del centro, y ya de camino el pueblo promete y mucho, calles estrechas, subidas, bajadas, casas de colores… una maravilla.



Nuestro hotel en esta ocasión era el Casa de Pita, y es eso justamente, una casa, una casa grande, a modo de hotel, repleta de todo, de platos, de figuras, de cuadros, de plantas… da miedo pasear por cualquier estancia por si tocas o tiras algo, y a pesar de lo raro del lugar, la habitación estaba genial nuevamente, confortable, ultralimpia y con un pequeño balcón enrejado que daba a la calle y lo mejor de todo, una terraza arriba con vistas a toda la ciudad que no sabes si es mejor de día o de noche.


Dejamos las maletas y salimos dispuestos a subir al monumento al Pipila, un mirador en lo alto de una montaña al que podéis subir en funicular (30$/trayecto) o a pie, nosotros, que somos así de cafres, decidimos ver si el callejón del Calvario que es el que asciende hasta el mirador, hacía honor a su nombre, y sí, un poco calvario es subir hasta allí, pero las vistas merecen mucho la pena y las paradas para coger aire son muy gratificantes y el ascenso nos llevó apenas 20minutos.


Arriba las vistas son algo para recordar siempre, y más si tenéis la suerte de que os toque un día soleado como a nosotros. Se puede ver todo Guanajuato, que es mucho más grande de lo que esperábamos, y no es el típico pueblo que con ver el centro ya hay poco más que ver, tiene muchos rincones interesantes.


Descendemos por el mismo callejón del Calvario y una vez finalizado, a pocos metros a la derecha está el Museo Iconográfico del Quijote, no lo confundáis con una tienda llamada Casa de Don Quijote y que está justo antes, nosotros estuvimos por la tienda flipando y preguntándonos qué tenía aquello que ver con Don Quijote… sin comentarios. Seguís un poco más adelante y la encontraréis, es un pequeño museo con todo tipo de arte en torno a esta figura literaria, la entrada no es cara y merece la pena. Estuvimos un rato callejeando sin rumbo y acabamos comiendo en uno de los restaurantes del Jardín de la Unión a pocos metros, sin mucho éxito, la verdad…


Teatro junto a los jardines de la Unión


Al día siguiente no madrugamos ya que Casa de Pita no sólo es rara en su aspecto, sinó que el desayuno se sirve sólo a las 9 de la mañana y en compañía del resto de huéspedes, vamos que recién levantados y teniendo que conversar con desconocidos, nuestras caras debían ser un poema… otra cosa “negativa”, del desayuno es que no puedes escoger, ellos hacen un desayuno, si te gusta bien y si no, no hay otra cosa… Así las cosas, hasta las 10 no salimos a la calle y nos dirigimos hacia la universidad, que sólo se puede ver por fuera, pero es una buena foto con su fachada y sus escalinatas.


Universidad de Guanajuato

Y desde allí empezamos a ascender por las calles hacia la zona alta y más bohemia de la ciudad, haciendo parada en la Casa de Diego Rivera, que es una soberana pérdida de tiempo, que no porque el tio fuera un “artista” de su época, le tiene que gustar a todo el mundo, y a mi concretamente, me parecieron los 50$ más desechados del viaje, una estafa.


Subiendo a la parte alta de la ciudad


De allí fuimos a visitar la Alhóndiga de las Granadinas, a la que acabamos por no entrar porque en su afán recaudatorio, pretendían cobrarnos 3 entradas, las 2 nuestras y una para la cámara y no pasamos por el aro…


Empezamos a descender por las calles hasta llegar la Mercado Hidalgo, que todos los blogs aseguraban que era una maravilla, pero no, es un mercado bastante grande, techado, en el que todos los puestos venden lo mismo, pero sin ninguna gracia, cosas bastante llenas de polvo y suciedad y vendedores bastante mal educados, así que fue una visita rápida y salimos de allí para visitar el Callejón del Beso, un estrechísimo rincón al lado de la Plaza de los Ángeles y al que, si tenéis un mínimo de sentido del ridículo mejor ni os acerquéis, porque está lleno de parejas intentando inmortalizar su beso mientras no para de colarse gente en medio de la foto para que cada uno repita mil veces la misma historia…


Mercado Hidalgo

Una de las curiosidades de Guanajuato son sus calles subterráneas, una red de carreteras por dentro de la montaña, kilómetros de túneles que conectan distintas partes de la ciudad y en los que en algunos puntos puedes bajar a ellos ya que también sirven de parking, así que como queríamos conseguir una foto en concreto y nos habíamos informado más o menos de dónde conseguirla, nos adentramos en ellos antes de que anocheciera para conseguir finalmente esto:


Vista desde las calles subterráneas


Y seguimos haciendo tiempo hasta la hora de cenar, buscando pequeños rincones que habíamos encontrados en instagram y que queríamos visitar y paseando sin rumbo hasta que llegamos a la Plaza del Ropero, junto al museo Iconográfico del Quijote, en donde había media docena de puestos de comida y decidimos cenar allí, superando en mucho la calidad de la cena de la noche anterior, cenamos de lujo, en cantidad y por un precio irrisorio. Muy recomendable.


Y de allí, un último recorrido a ver las luces de la catedral, tomarnos algo en un bar en una terraza alta en la plaza de la catedral, por el camino decirle que no a mil tunos que nos invitaban a las callejoneadas, una turistada tan extrema que no vamos ni a perder el tiempo en contaros, buscadlo en internet y flipad un poco… y a dormir, que al día siguiente nos esperaba otro autobús para seguir recorrido por el país dirección a San Miguel de Allende.




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