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Islandia: Día 5, de Djúpivogur a Egilsstaðir.

A pesar de que el fuerte viento entró durante la noche por todas las rendijas de la cabaña, al despertar, y con la luz del sol, el paraje no resultó ser tan horrible, una granja en mitad de la nada, eso sí, pero en una basta planície, con vistas al mar que rompía en distintas partes contra las rocas y todo ello bajo un acantilado por el que caía una cascada que abastecía de agua a la propiedad. Obviaremos el pequeño cementerio frente a nuestra ventana, junto a una pequeña capilla, en el que no sabemos si era para enterrar a la familia o a huéspedes elegidos al azar...


El trayecto de ese día no nos ofrecía muchos puntos de interés como cascadas famosas o algo así, pero no dudábamos que pararíamos muchas veces a admirar el paisaje, así que, después de desayunar arrancamos siguiendo la carretera hacia el norte hacia nuestra siguiente parada, Egilsstaðir. A los pocos minutos de dejar la granja ya hicimos la primera parada, después de un cambio de rasante, a nuestra derecha, apareció el faro de Streitisviti en el que había algunos coches aparcados a pocos metros. El faro estaba junto a las rocas y había que bajar por un tortuoso camino, y las olas rompían varios metros por encima de éstas, por lo que era más bonito de ver de lejos, que no acercarse y jugársela, a pesar de que había quien no dudaba en bajar hasta ahí. La vista hacia el norte de la costa prometía muchas paradas ese día.


Vista desde el faro de Streitisviti

Seguimos camino y a los pocos kilómetros la carretera cruza por encima de una entrada de agua, justo al acabar de cruzarla, y siguiendo la carretera por la derecha, apareció a nuestra izquierda una típica edificación alpina, toda de madera, es el Hotel Hamar, y entenderéis pronto porque lo nombro y porque debéis tenerlo en cuenta. De entrada lo pasamos de largo, pero ya que el trayecto hasta Egilsstaðir no era muy largo ni teníamos mucho por ver ese día, decidimos retroceder y tomar un café tranquilamente en el bar, el cual tenía una terraza en la que daba el sol que poco a poco se iba abriendo paso entre las nubes, y el paisaje era este:


Vista desde la terraza del Hotel Hamar

A pesar de que la vitrina estaba llena de tartas y repostería con muy buena pinta, disfrutamos simplemente de unos cafés al sol con esas vistas y, aquí viene el motivo de tenerlo en cuenta, al ir a pagar nos dijo la amable mujer, que no teníamos que pagar nada, que no cobraban el café nunca, y que si sólo habíamos tomado café, estábamos invitados. Nos quedamos Muerta Sánchez.


A partir de ahí y hasta nuestro destino, la carretera ofrece mil vistas increíbles, cascadas a pie de carretera, acantilados, paisajes de costa, de montañas nevadas, y queda al gusto de cada uno el parar 1 o 100 veces, también es cierto que alguna vez hay que desistir de disfrutar de un punto en concreto por la imposibilidad de parar el coche con seguridad, la carretera está llena de curvas y cambios de rasante y no hay ni tan solo un arcén ancho, así que a veces el paisaje hay que retenerlo en la memoria sin inmortalizarlo en una foto a pesar del poco tráfico que, almenos en esa época, había en la carretera principal.


Poco a poco deberéis ir dejando atrás la linea de la costa e ir hacia el interior, justo antes de entrar en los núcleos urbanos de Fáskrúðsfjörður y de Reyðarfjörður, dos pueblitos pesqueros sin nada destacable, hay que girar en ambos casos a la izquierda y una vez hayáis dejado atrás el segundo pueblo la carretera empezará a ascender a lo bestia hacia un puerto de montaña que os llevará, literalmente, a conducir por la cima de las montañas en carreteras rectas e infinitas, es alucinante ver como apenas ves algún pico sobresaliendo a lo lejos porque ya estás en lo más alto. Cuando estuvimos nosotros (mediados de octubre), aun no estaba nevado, algunos picos sí, pero no los alrededores de la carretera, y así sigue la carretera hasta prácticamente llegar a Egilsstaðir, donde llegamos sobre las 13.30h.


El pueblo no es pequeño, aunque no ofrece gran cosa al visitante en su nucleo urbano, no así en sus alrededores. Localizamos rápidamente nuestro Guesthouse, el único que reservamos, los precios de los apartamentos en Egilsstaðir estaban, al contrario que en el resto del país, muy por encima de los precios de los guesthouse, así que en esa ocasión no íbamos a estar en un apartamento a solas.


El cartel de la entrada informaba que hasta las 16h no habría nadie en recepción para hacer ninguna entrada, con lo cual decidimos ir a visitar el lago Lagarfljot que está justo al lado del pueblo, a pocos kilómetros encontramos una especie de merendero en el que aparcar y hacer unas fotos. Como tantos lagos, el Lagarfljot también tiene su historia de monstruo marino que muchos han visto pero nadie ha fotografiado con seguridad, pero tampoco tuvimos suerte así que nos conformamos con la representación que allí había del bicho.


Representación del monstruo en el lago Lagarfljot

Volvimos atrás de nuevo hacia el pueblo y a pocos metros del guesthouse entramos en un bar restaurante para tomarnos algo tranquilamente mientras llegaba la hora de hacer el check-in y cuando fue la hora empezamos a descargar el coche, instalarnos, tomar una ducha tranquilamente ya que la noche anterior no pudimos por lo que os cuento en el apartado de alojamientos y descansar un poco. Como no habíamos comido nada y viendo que la cocina compartida del guesthouse disponía de todo lo que pudiéramos necesitar, decidimos acercarnos al Bonus cercano antes de salir hacia Seyðisfjörður, el pueblo que había a pocos kilómetros.


A media tarde, aun con luz solar, arrancamos para ir hasta allí, Seyðisfjörður está a 27kms, y hay que subir un enorme puerto de montaña y nuevamente cruzar conduciendo por la cumbre que, esta vez sí, estaba completamente nevada y como aun habíamos visto glaciares, pero no nieve, hicimos alguna parada para echar fotos a aquel paisaje absolutamente blanco.


Carretera entre la nieve en el puerto de montaña entre Egilsstaðir y Seyðisfjörður

Y justo antes de empezar el descenso, y cuando ya estaba anocheciendo, la montaña aun nos tenía otra sorpresa, un enorme lago el cual la carretera cruza por enmedio sin ningún quitamiedos ni ninguna protección, si te despistas y te sales o resbalas con el hielo, vas al agua helada.


Seyðisfjörður está justo al final de la carretera, y su principal atracción es la pequeña iglesia blanca al que te lleva un hermoso camino de grandes adoquines pintados con los colores del arco iris, y que es muy fácil de encontrar, seguid la carretera hasta el final, hasta que se bifurque a izquierda y derecha y habéis llegado, mirad a vuestra izquierda y veréis la iglesia y el camino empieza justo delante de vuestras narices tras el restaurante que tenéis delante.



No quiero ni pensar lo difícil que puede ser tomar esa foto libre de gente en temporada alta de turistas, pero nosotros estuvimos más de media hora y había 4 gatos, pero 4 gatos de esos tocapelotas que ven que plantas la cámara y les entran unas ganas irrefrenables de andar el camino pisando cada una de las baldosas con ambos pies a un ritmo que hasta un nonagenario con taca-taca podría adelantarles y que a mi me hace pensar que si fuera legal liarse a tiros por cosas así, el viaje acabaría allí para más de uno. Pero finalmente...



Visto esto volvimos, ya con la noche cerrada, hacia Egilsstaðir. Como os comento en el post de consejos para el viaje, habíamos descargado una app para controlar el tema de auroras boreales y justo nos acababa de avisar de que el índice KP era elevado así que una vez cruzado el lago, y justo antes de que la carretera empezara el descenso, hay una zona para parar los coches con suficiente espacio y decidimos parar allí y esperar a ver si allí, en plena oscuridad, podíamos apreciar alguna aurora boreal mientras veíamos Egilsstaðir iluminado a nuestros pies.



Tuvimos relativa suerte, pudimos ver alguna aurora boreal pero muy difuminada, demasiado suave incluso para la cámara a larga exposición, pero algo es algo. Tuvimos paciencia, estuvimos más de 1h allí, con un frío helador, unos hermosos -1ºC con viento y una sensación térmica de entre -10ºC y la muerte, pero empezó a nublarse y desistimos de seguir allí, teníamos más noches por delante y seguro que habría suerte antes de acabar el viaje, así que volvimos al guesthouse, a cenar tranquilamente y descansar.

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